Pocos podían suponer que tras la caída de Zaragoza el ejército español pudiera, no solo reponerse, sino encabezar una ofensiva en toda regla para reconquistarla. Lástima que hubiera que sufrir la decisión de una Junta Central alejada de toda realidad militar que ofreció el mando al general más inepto que había en España, don Joaquín Blake, un gran organizador pero el peor de los tácticos, y que tras su inopinada victoria en Alcañiz el 23 de mayo de 1809 no supo aprovecharla para acosar a un derrotado Suchet y expulsarlo de Zaragoza.