Un recién nacido aparece abandonado en el último asiento del tranvíanúmero catorce. Es Nochebuena y el vehículo surca cual cometa las vías hacia la periferia de una ciudad sin nombre. ¿Cómo ha llegado hastaallí? ¿Qué va a ser de él? Tal vez por caridad, por improvisación opor locura, alguien ha decidido confiar al niño a los brazos delmundo. Y el «mundo» que lo acompaña en ese primer viaje de su vida esesa parte de la existencia a la que no se le suele prestar atención,la mano de obra de la pobreza: un vendedor ambulante de paraguas, unajoven prostituta africana, un muchacho negro sin papeles o un magoinmigrante que ha perdido la memoria. Un pesebre espontáneo ydesharrapado que bien podría haber sido imaginado por Vittorio DeSica, y cuyas «figuras» considerarán que la aparición del niño esdigna de un verdadero redentor: no descartan la idea de que aquel niño perfecto y perfumado de naranja no haya llegado por casualidad a eselugar insólito y en ese día señalado, que no sea una posibilidad desalvación.
A la guisa de un Dickens del siglo XXI (y como yahiciera de manera magistral en «Los niños del Borg