En este libro se insiste una y otra vez en que la Economía o es humana o no es economía. Si se toman infinitas decisiones a diario en los mercados, cada una de ellas es realizada por la capacidad intelectiva y volitiva de los hombres, que concretan libremente sus ambiciones subjetivas en preferencias personales siempre originales. No se puede tratar el misterio de cada persona como quien estudia la trayectoria programada de un misil. Esa índole intelectual, libre y responsable, del ser humano, con su abierta capacidad de objetivar personalmente la realidad, genera un proceso de incremento prácticamente ilimitado del valor económico.
En una sociedad donde se encuentren asentadas la libertad, la propiedad responsable, el intercambio, la especialización y la mentalidad empresarial, la producción y el trabajo tienen que estar orientados a las necesidades y al servicio de las personas. El Estado no puede ni debe suplantar la libertad individual responsable, ya que no es ni omnipotente ni omnicomprensivo. Sólo puede abrir las vías necesarias para que circule más fácilmente la fuerza económica de la libertad. Puesto que la libertad está encarnada en cada ser humano, el libro termina resaltando que las cuestiones demográficas deben ocupar un lugar preferente en el despliegue económico de esa libertad.