Vivimos en una época en que la producción y el acceso a las imágenes están cada vez más extendida y dispersa espacialmente. La vista privilegiada, que ocupa una posición de absoluta exterioridad, es de hecho inaccesible. El que ve también está en condiciones de ser visto. Personas, grupos, organizaciones, ciudades y regiones producen imágenes para ampliar sus conexiones, sus redes, creando nuevos horizontes de interacción, nuevas condiciones de proximidad. Se reconfiguran ciertos regímenes de visibilidad, consolidados desde hace mucho tiempo. Más que imitar lo real, como sugiere el modelo representacional del conocimiento, las imágenes participan de las formas de estar en el mundo, son instrumentos en nuestras múltiples trayectorias. La mayoría de los modelos de visualización actualmente concebidos no pretenden unificar la experiencia, ya que reconocen el carácter fragmentario e incompleto de los puntos de vista y de las situaciones de exposición. Sin embargo, en las ciencias sociales, la actitud sospechosa hacia estos productos culturales, considerados como dispositivos de persuasión o vigilancia, sigue est