La utopía es el espacio natural de la comedia política. En el «país de la risa» todo está permitido y la carcajada se erige en un fin en sí mismo: un «mundo al revés» donde lo trascendente se vuelve fútil y lo absurdo trascendente, donde los hijos pegan a sus padres o las mujeres, hartas de unos hombres que derrochan los dineros en hacer la guerra, toman la Acrópolis y convocan una huelga de sexo.