Una multitud se mezclaba aturdida. Entre el estrépito de tímpanos, el alboroto de flautas, el clamor de címbalos y panderos, la turba cantaba, danzaba y se contorsionaba en un ritual orgiástico. Cubiertos por la oscuridad de la noche y en las afueras de la ciudad, envueltos en ropas femeninas, los bacantes salvaban su identidad bajo la ambigüedad y el juramento de silencio. En el año 186 a.C. el Senado romano denunció la corrupción de los ritos nocturnos mixtos en los que se profanaban los cuerpos de las matronas romanas y la virilidad de los jóvenes ciudadanos.