Es un hecho poco conocido que Alejandro Dumas (1802-1870) fue un gran cocinero y un notable gourmet. Nieto de un maître del duque de Orléans, en su ilimitada curiosidad, propia de un novelista de mentalidad enciclopédica, la cocina y la gastronomía ocuparon un lugar preeminente. Era frecuente verlo en la cocina preparando todo tipo de platos suculentos, de lo que existen numerosos testimonios. Louis Bouilhet escribió a Flaubert en mayo de 1858: «Dumas, en camisa, mete mano a la masa, hace una tortilla fantástica, dora la pularda... Corta la cebolla, remueve las ollas, y les da 20 francos a los pinches». Esto ocurría en el hotel en que se estaba alojando, es decir, lo hacía por puro placer. El siglo XIX fue una verdadera edad de oro para la gastronomía francesa, que entre la burguesía y la aristocracia, toma cuerpo y se impone frente a las cocinas regionales. Fruto y reflejo de este proceso es la creciente presencia del arte culinario en la literatura, como atestiguan las obras de Balzac, Flaubert, Georges Sand, Maupassant...y, sobre todo, la de Alejandro Dumas, autor de numerosos y exquisitos pasajes gastronómicos en El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros, en sus Memorias o en sus Impresiones de viaje.