Corren malos tiempos. Para la lírica, por supuesto. Pero también para muchas otras cosas. A decir verdad, para casi todo. O, por lo menos, para casi todo lo importante. Ya Sigmund Freud nos advirtió sobre este persistente malestar en la cultura. Y, de inmediato, una pregunta se nos viene a la cabeza:¿por qué mal-estamos hoy cuando el bien-estar parece, realmente, a nuestro alcance?
Este ensayo quiere proponer una respuesta; una repuesta cuando menos novedosa e... inquietante. Porque tal vez, hasta ahora, nadie haya reparado en ella, y quizá el quid de la cuestión, el auténtico problema, no está en otro sitio sino en los tiempos. Bob Dylan lo cantó: los tiempos están cambiando. ¿Rejuveneciendo, acaso? Porque, sin duda, son los nuestros tiempos jóvenes, donde el Divino Tesoro se presenta más categórico y divino que nunca. ¿Será, entonces, la divinidad la causante del malestar, una especie de madrastra kantiana que no se cansa nunca de incordiarnos?