En mí arraigado cada vez más la sensación de que los países, como los individuos, tienen un ADN... y que su naturaleza profunda ha condicionado ampliamente su comportamiento en la escena internacional. No se trata, para mí, de creer en un determinismo genético aplicado a los Estados, pero en sus acciones, sus actitudes, sus respuestas, nada es explicable sin tener presentes también los resortes de su identidad... De ahí la búsqueda inconclusa, superficial, discutible, provocadora incluso, del ADN de los actores que ocupan, desde hace medio milenio, la escena europea.