El objetivo de la filosofía es la felicidad. O, más exactamente, el objetivo de la filosofía es la sabiduría, y por lo tanto la felicidad, ya que, una vez más, una de las ideas mejor comprobadas en toda la tradición filosófica, y especialmente en la tradición griega, es que la sabiduría se reconoce en la felicidad, o al menos en un cierto tipo de felicidad. Porque si bien el sabio es feliz, no lo es de cualquier manera ni a cualquier precio. Si bien la sabiduría es un tipo de felicidad, no es una felicidad cualquiera. No es, por ejemplo, una felicidad que se obtenga a base de drogas, ilusiones o diversiones. Si los científicos inventaran, en los próximos años, un nuevo medicamento, una especie de ansiolítico y antidepresivo que fuera al mismo tiempo un tónico y un estimulante, algo así como la pastilla de la felicidad, que bastaría con tomar cada mañana para encontrarse permanentemente en un estado de completo bienestar, seguramente acabaríamos rechazando esa posible satisfacción o, en todo caso, rechazaríamos llamar sabiduría a esa felicidad debida a un medicamento.