El quitarle Mantua a quien la heredaba comezó la guerra que nunca se acaba, dejó escrito Francisco de Quevedo con su característica ironía. Y así fue en efecto; la muerte de Vicente II Gonzaga, duque de Mantua y Monferrato, abrió una disputa más en una Europa sobrada ya de conflictos. La cuestión de quien debía heredar los ducados en discordia, fronterizos ambos a levante y poniente con el Milanesado español, atrajó la atención de Francia, del Sacro Imperio Romano Germánico, del intrigante duque de Saboya y, por supuesto, de España, dado que estas tierras, a la par que fronterizas con un territorio de la monarquía católica, lindaban con el camino usado por los tercios españoles para acceder al norte de Europa, donde otra guerra de las que nunca se acababan, la de Flandes, reclamaba sus servicios.