Hace veinte años, mi primer Manifiesto por la filosofía se alzaba contra el anuncio, por todas partes propagado, del "fin" de la filosofía. Yo proponía sustituir esa problemática del fin por la consigna "un paso más". La situación ha cambiado mucho. En aquella época, la filosofía estaba amenazada en su existencia; hoy en día, se podría decir que también está amenazada, pero por una razón inversa: está dotada de una existencia artificial excesiva. En Francia, singularmente, la "filosofía" está por todos lados. Sirve de razón social a diferentes paladines mediáticos. Anima cafés y centros de puesta en forma y bienestar. Tiene sus revistas y sus gurúes. Es universalmente convocada, desde los bancos hasta las grandes comisiones de Estado, para disertar sobre la ética, el derecho y el deber. Todo el problema reside en que, de allí en más, se entiende por filosofía justamente aquello que es su más antiguo enemigo: la moral conservadora. Por ello, mi segundo manifiesto intenta desmoralizar la filosofía, invertir el veredicto que la abandona a la vacuidad de "filosofías" tan omnipresentes como serviles.