Con el significado título 'Nada en la vida es isla', dispóngase el lector a iniciar la incursión hacia un territorio virgen. De brevedad atomizada en su materialización y libertario en la pureza seminal de su concepción, que no establece gradación moral para el pensamiento y respira la vastedad que expresa y dispone de difícil y suficiente sencillez. Diego Castillo Barco nos encamina hacia senderos inéditos, donde las primeras huellas serán las nuestras. En esa afinidad juanramoniana donde la «sorpresa» es hecho crucial, «Para mí la virtud suprema de la vida, en lo útil o en lo bello, es la sorpresa. Yo he puesto dentro de la sorpresa el destino y lo espero todo de él en ella, de ella [?]». Su apreciación aforística explosiona en fragmentos volátiles y expeditivos que precipitan su contundente carga de inteligencia sensible y belleza disidente.