El siglo XX ha sido testigo del decenso drástico de las tasas de mortalidad, que junto con la disminución de las de natalidad ha llevado al surgimiento de un fenómeno inédito en la historia de la humanidad, como es el proceso de envejecimiento de la población. Es lo que desde Naciones Unidas se ha denominado una revolución silenciosa.
El sigl XXI puede ser -lo está siendo desde finales del pasado- el siglo de la longevidad, al prolongarse cada vez más la esperanza de vida no sólo al nacimiento sino también entre los grupos de edad más elevada, como los octogenarios, nonagenarios y centenarios. Grupos que crecen a mayor ritmo que los de edades más jóvenes. Esta situación plantea interrogantes y temores sobre el futuro de los sitemas de pensiones y de salud y servicios sociales, y urge analizar sus consecuencias con rigor, sin alarmismos, con espíritu solidario y con gozo, por vivir en un momento en que no sólo no se mueren los niños tempranamente, sino que hasta las tasas de mortalidad en los grupos avanzados se ralentizan. Hay que hacer frente a los nuevos desafíos con un espíritu y mente nuevos.